Por Fr. Mauricio Mora Gamboa
Para empezar,
deseo hacerlo con las palabras que le reveló el Señor a Francisco, palabras que
se encuentran en el Testamento suyo y que la misma Orden las tienen como “el
saludo universal franciscano” (para esto basta ver la página web de la orden).
Hermanos: ¡el
Señor les dé la paz!
Esta experiencia
de Francisco con el leproso, tiene que ver con nuestra historia de vida, con
nuestras luchas y experiencias y con nuestros propósitos. Con nuestra historia
de vida, porque ante todo, hacemos conciencia de quiénes éramos y ahora quiénes
somos. Con nuestras luchas, porque vemos en ella una decisión que nos ayuda en
el seguimiento y respuesta al Señor, y con nuestros propósitos, porque nos reta
a ser diferentes y a dar el paso.
1.
Hacer conciencia.
Les invito
hermanos para que hagamos hoy, conciencia de quiénes somos. Decía que, este
encuentro habla de nuestra historia de vida, porque nos remite a lo que
“éramos” y también a lo que hoy “somos”. Gracias sean dadas a Dios, a Jesús de
Nazaret, a Cristo mismo que nos ha alcanzado, tal y como lo menciona Pablo en
Flp 3,12.
Es claro que nosotros
somos más de lo que pensamos, de lo que hablamos y de lo que hacemos. Veamos,
por ejemplo a los enfermos en estado de coma, que no piensan, no hablan o hacen
algo, sin embargo son personas; o bien, en el niño que está en el vientre de su
mamá, que ni piensa, ni habla, ni actúa, pero es persona, es ser humano. No
obstante, ante los demás, mostramos quiénes somos por medio de muchas de
nuestras palabras, pensamientos y acciones –también reacciones-. Nuestras
acciones son signos claros, tangibles y concretos de lo que hemos pensado -a
veces hablado-. En general, podemos decir que nos mostramos a los demás de
muchas formas, sólo el hecho de existir ya decimos quiénes somos, pero lo que
más evidentemente hacemos es: a) hablar, o sea, comunicarnos; b) actuar, o sea
hacer cosas y; c) pensar, es decir, reflexionar. Este último aspecto es único
en el ser humano.
Ahora bien, como
cristianos y aún más como frailes, hombres consagrados al Señor y su Iglesia,
nuestros pensamientos, palabras y acciones han de revisarse a la luz de la
misma propuesta franciscana: “cada uno júzguese y despréciese así mismo” (2R 2,
17.).
Con Francisco en
el encuentro con el leproso, lo que se percibe y por tanto se observa, es lo que él ha decido hacer: dar un beso. Su
pensamiento estimula su actuar y por eso luego habla: “como estaba en pecados
me parecía muy amargo ver leprosos… aquello que me parecía amargo, se me tornó
en dulzura de alma y cuerpo…” (Test 2-3). A mi juicio, se da una coherencia
entre acción y palabras.
Por lo tanto,
hermanos, nos encontramos ante este evento de Francisco, que si bien es cierto
puede hablarnos de muchas y distintas maneras, también puede producir en
nosotros el gran recordatorio de: quiénes somos, cómo hablamos, cómo pensamos y
cómo actuamos.
2.
Primera perspectiva del encuentro: “Ser otro Francisco”.
En las fuentes
franciscanas, en 1 Cel 17b leemos así
“…superándose así mismo…le dio un beso”. Estas palabras tienen que ver
con las palabras del Evangelio de Lucas en 14, 26: “si uno viene a mí y no deja
a su padre a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas y aún su
propia vida, no puede ser discípulo mío”. Jesús ha venido a proponer el amor
perfecto, el cual consiste en romper con el círculo propio y personal para
abrirse al amor de otros y por la tanto universal. En otras palabras, desde
Jesús, es verdadero creyente el que está dispuesto a romper con las
relaciones exclusivistas que se tienen con sus familiares, amigos y otros que
se desean para sí, y se abre entonces a las relaciones con las demás personas que
no se conocen y que Dios pone en nuestro camino. Seguramente Francisco no pidió
encontrarse con este enfermo de lepra, pero seguramente sí fue lo que Dios
deseaba para él. Entonces Jesús propone en el evangelio, que demos el paso,
para pasar del amor personal al amor universal, es decir, del amor imperfecto al
amor perfecto.
Con el leproso,
Francisco rompe con su propio círculo, rompe con su amor propio y se abre a esa
persona que no conoce, es el momento cuando se abre al amor perfecto. Entonces Francisco
actúa desde la propuesta evangélica. Francisco sale de las murallas de Asís, es
decir, sale de sus murallas.
También se lee en
Tres Compañeros 11b lo siguiente: “…haciéndose una gran violencia…le besó la
mano…”
Así, esta primera
perspectiva, como le he llamado, nos sugiere que reflexionemos en el tema de
“nuestra violencia” y nuestros esfuerzos para “superarnos” así mismos. Nos
habla de cuánto estamos haciendo para actuar según mi ideal y pensamiento y además
de realizar cuanto estamos hablando. Creo que sería una postura muy ligh o
fresca quedarnos en aquello del “soy así” o “que otros vengan a ser la
diferencia” o “es que somos humanos”. Nadie niega nuestra humanidad pero, sí
podemos negar nuestras fuerzas, conversión, palabras o servicios a los demás.
Esta primera
perspectiva nos habla del trabajo que estamos haciendo hoy para DAR EL PASO, es
decir, ir del amor propio, exclusivista y personal e imperfecto, al amor
universal, perfecto, abierto.
Considero que, en
virtud de nuestro cristianismo y aún más, de nuestros votos de obediencia, sin
nada propio y castidad, se nos invita a profundizar más en la respuesta que
estamos brindando.
3.
Segunda perspectiva del encuentro: “Ser el
leproso”.
Es cierto que
aunque no somos seres acabados y llevamos muchas veces en nuestros hombros una
historia y una vida que refleja vacíos y carencias, somos a la vez lo más
preciado para nuestro Señor y en nuestros oídos se escucharán las palabras de
Jesús que dice: “tú eres mi amado”. Aquí quiero decirles hermanos que, a nivel
personal y después de haberme encontrado con la experiencia de fe que cambió mi
vida hace 9 años mientras trabajaba en mi profesión como agrónomo, estas
palabras no dejan de sonar hasta hoy día en mis oídos.
Creo que
Francisco, besando al leproso, es imagen y experiencia al mismo tiempo, de la
Iglesia y de la Orden que te besa a ti y me besa a mí. Es el beso que se nos da
a todos los que estamos aquí como “leprosos”. Francisco mismo cuidó a los leprosos.
En otras palabras, estamos en un lugar en el cual hay que dejarse cuidar y
también donde hay que dejar que otros nos den. Todos podemos dar, pero también
todos podemos recibir. Una vez me dijo un hermano: “en esta vida, quien no deja
que le den, no es humilde”. La humildad se demuestra tanto en el dar como en el
recibir (no necesariamente algo material). Acaso, Jesús mismo ¿no se dejó
atender por muchas personas durante su ministerio? (Lc 8, 1s). Y por decir
algo, en Francisco ¿quién era Jacoba para él?
Estoy convencido
que estos lugares –Iglesia y Orden- no son lugares para venir a ocultar mis
pecados o mis desequilibrios emocionales, esto ya ha quedado
comprobado con las declaraciones que el mismo papa Benedicto XVI ha realizado
en torno al tema de los abusos sexuales, o bien, para venir hacer de mi pensamiento una
ideología que trate de desplazar la tradición de la Iglesia. Al contrario, la
Iglesia y la Orden son “ese Francisco” que nos ha recibido con un beso para darnos
una oportunidad más, -pienso particularmente en mi vida y cómo me revolcaba
entre la inmoralidad y el escepticismo religioso durante toda mi adolescencia y
juventud temprana-. Dios ha salido al encuentro de cada uno y nos ha cambiado.
Permítanme hacer
un paréntesis para referirme a algunos de ustedes que tienen entre los 18 y 27
años de edad. ¿Por qué escogí ese rango de edades? Por que los admiro
verdaderamente. Los admiro porque en esos años, a mí no me pasaba nunca por la
mente consagrarme como fraile. Me había dedicado de lleno a mis estudios de
universidad y posteriormente a mi ejercicio profesional, acompañado de una clara
ausencia de vida de iglesia. Por eso, hay que dar gracias a El que nos ha
besado en esta hora nuestra.
Iglesia y Orden,
es decir, la gran comunidad y familia nuestra hoy, nos dan la oportunidad para
animarnos en el camino de la santidad, como lo ha dicho un gran hombre que
conozco de los franciscanos conventuales y que va por el mundo predicando a
Cristo: “he entrado a la orden, no para ser más inteligente, sino para ser más
santo”. Jesús, Francisco, la Iglesia y la Orden nos dan el abrazo de confianza
y el beso de aceptación para que lo que hagamos aquí y ahora, sea testimonio de
la presencia de Dios en el mundo.
En conclusión, sea
que nos pongamos en el ser de Francisco o en el ser del leproso, ambas
perspectivas nos hablan de nuestra misión sobre esta tierra: amar a los demás pero
también, dejarse amar por los demás.
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